viernes, 16 de abril de 2010

Especialista en cosas


Ante ayer estaba caminando hacia la cocina, a repetir el ritual diario: pava, música, PC, desayuno. Leo una declaración de amor de un desconocido, me molesto mucho. Se enfría mi taza con malta. Respondo. Pienso en todo lo que resta estudiar. Pasan unas cuantas horas.

Voy yendo al Conservatorio. Tengo una hora de viaje hacia allá. Hoy ya no llueve, igualmente ayer, anteayer y ante anteayer llovió. No sé qué pasaba en la calle: al margen de la lluvia suficiente para enloquecer a los automovilistas se sumó un corte en las avenidas principales. A mitad del recorrido del bus, miro la hora y ya estaba llegando tarde. Decidí no bajar del micro y recordar que iba a ser un día maravilloso. Ni la lluvia, ni el bus, ni la cursada iban a opacar nada. Maravilloso. El micro vuelve a Berisso no sin antes, tocar bocina, frenar, arrancar bruscamente varias veces y transportar gente húmeda y molesta por el tránsito. Mientras tanto, seguía recordando lo sobrenatural, lo surreal que quería que fuese el miércoles. No paro de sacarme la costumbre de pensar o decir algo, creyendo que converso con el azar y tolerar una mano barajada perfectamente. Para el azar. Para enseñarme a lavarme la boca con agua y jabón y los pensamientos con soda cáustica.

Para olvidar el embotellamiento, me pongo a leer un libro sobre metafísica y Leyes de Atracción a modo de lectura de playa, como Doña Rosa leería sus revistas del corazón y paparazzis.

Mientras leía, pensaba en ganar parte del tiempo perdido, consultando qué horas me quedan cómodas para trabajar y con qué profesores me presento. Preparada para hacer la paz con el militarizado profesor de dibujo de primer año, para reconsiderar el diálogo, ocuparme de los desnudos completos de una vez, en medio de un rapto de responsabilidad y sinceridad, voy a la Escuela de Arte. Llego.

En la secretaría me encuentro con una felíz sorpresa: Melisa negociando sus horas de repertorio.

En la Escuela de Arte se dictan carreras terciarias de música y plástica. Yo trabajo como modelo vivo y ella cursa canto lírico.

Melisa es la siempre verde amiga, sarcástica, ácida, con mirada brillante y vestir clásico que a todos nos gusta tener. No es estúpida como la mayoría de las sopranos. Una rareza. No la veía hacía 5 meses. Me saluda.

“¡Chica!”

Abrazo, beso, tenía el equipo de mate en una bolsa de madera. Ya estaba siendo un día maravilloso. Las conversaciones en el micro con el avejentado y sabio azar estaban dando frutos.

Mientras sigue organizando diplomáticamente sus materias con la burocracia con perfume de mujer, relojeo la planilla a la espera de ver el nombre de alguno de los dos profesores que me estudian. Sorpresa: estaba mi nombre. En esa instancia, caigo en la cuenta que trabajo ese día. En las posteriores dos horas con el profesor Ibarra: docente que proporciona la suficiente privacidad para que deje los restos de pudor que sigo teniendo cada vez que noto de qué trabajo, el que no tengo al pararme frente a los alumnos; entendiendo que soy material de estudio tracción a sangre. El nudismo es sencillo con él.

Firmo la planilla, le imploro a mi amiga y su mate que me esperen en las mesas del buffet y corro hacia el aula 24. Toco la puerta, me ve, abrazo.

“¿Cómo estás, desaparecida?”.

Le comento que estaba averiguando mis horas con su cátedra y con demás profesores. Me comenta que tiene que repartirse las horas con Rodolfo, la otra nueva modelo vivo, y yo.

Rodolfo, el modelo vivo masculino y… ¿la nueva compañera? Misterio de Dios. Y alguien va a tener que trabajar en su celulitis y su porte si hay dama nueva. No por la dama sino por mis esporádicas ausencias al trabajo. Nadie es indispensable y lo sé.

“Podemos arrancar en una hora y media”.

Naturalmente, dije que sí. Alguien no había preparado el material para los 13 grados y nadie había prendido la caldera de la escuela. Ese mismo alguien tenía que hermosear el cuerpo, tomar mates con amiga, bañarse, volver a la cátedra y quedarse inmóvil con rostro lánguido y sobrio de pintura medieval. Exactamente el mismo que transmite un kilo de bola de lomo.

No use la palabra pelo en la descripción para evitar todo tipo de imágenes mentales. Hermosear es mucho más suave.

Vuelvo a la mesa del buffet, cruzamos unas palabras con Mel. Lo típico: Conservatorio/Escuela de Arte, profesores, clima, pareja, bla, bla.

Su pareja. Yo no ejerzo. Se aproximan unas ex clientas de mis épocas de buffet/alumnas del primer año en el que trabajé, me comentan que hay un alumno ex cura en la cátedra. Libido y morbosos comentarios. Filosofamos con Mel al respecto: el Catolicismo, mi tema preferido. Le conté que años anteriores, hubo una monja y una chica Opus Dei en un curso, chistes al respecto. El mejor:


- Y si sólo ella era monja,¿por qué nadie podía ver al modelo desnudo?”

- Porque ella está del lado de Dios

- Ella es la que tenía que irse…

- Había una flaca Opus Dei en el mismo curso

- ¡Ahhh! Eran mayoria.


Las alumnas/clientas (curiosamente en una), siempre brillaron por los tropiezos entre sus neuronas en un estéril cráneo, encontrando como única salida y luz dadora de vida a la boca.

Nunca entendieron el sarcasmo, chistes del clero, etcétera. Sólo esperaron para ponerse de ejemplo en algún comentario y avisarme que ellas me tenían que dibujar ese día. Yo sólo asentaba con la cabeza y esperaba que se fueran para disfrutar dos mates pacíficamente.

Claro: tenia que irme, Mel también. Ellas se fueron gastándome el minuto donde me comentaba algo decisivo en su relación. Me gustó verlas, al fin y al cabo y a Melisa también. La nostalgia de bandoneón.

Escalas: la lencería de mamá. Me llevo ropa color pieldeuno. Casa. Escuela.

Muevo los paneles para ponerlos en puertas y ventanas de vidrio. Lo digno, lo correcto. El profesor consulta qué necesitaban: Espalda unos, manos otros, alguien dice todo. Terminé en todo.

Veo el rostro del ex cura. Un buen tipo.

Sigo mirando a la nada. Pasan las dos horas. La última postura fue casi un flamenco: todo el peso en una rodilla por una hora cuarenta y cinco. “Me van a pagar Uds. el traumatólogo”. El ex cura rió. Tenía curiosidad y preguntas que hacerle pero no. Todavía no. Para mí es normal hablar con los alumnos y a él no lo conozco. En dos clases más, quiero preguntarle sobre Dios con soltura. Simplemente porque no debe serle algo feliz charlar de el Padre con… conmigo. O sólo yo soy la puritana.

Me visto. Una alumna se queda con mi número, me necesitaba para un grupo privado de trabajo. Perfecto: trabajo. Charlamos. Llegamos al tema contrabajo: medidas, distancia, etc, etc. La explicación hace que se me caiga la baba otra vez por él, ese ataúd de mis sueños... Me olvido del frío. Yendo a casa, me juro abrigarme la próxima vez.

Hola familia y adiós. Ceno en bata y me acuesto. Bastante temprano. Sueños bizarros sobre caras importantes del pasado, caras del presente, invento un tipo que me persigue y aterroriza a toda la ciudad con sus correrías y paranoia. También ví a una amiga y su casa, en fin: personas que me hacen que dormir haya sido más forzado que saltar con garrocha.

Siete de la mañana, se repite el ritual. Estudio, musica. El declarado del día anterior me comenta que murió el cantante de Type O Negative. Empezaba a quererlo mucho después de años de rechazarlo. A él y su música. Me negaba a escuchar un disco de un tipo que hizo tapa en Playgirl. Y, sinceramente, el cantante y bajista consiguió que tarareara una canción cuatro meses seguidos. Cómplice siempre de un juego de palabras que tenemos con un amigo. Eso es lo malo de estudiar lo mismo que un amigo, escuchar lo mismo, haber vivido la misma adolescencia, haberlo “odiado” seriamente y haberlo “amado” todavía con más asco para caer en la cuenta de que eras puber y hoy redundas siempre sobre lo mismo, tomando vino si se quisiera, y te encanta así.

Hacía dias que venia escuchándolo y muere. Sí: tan simple como que muera algo que ya es propio. Y la pena que conlleva.

Pasan las horas. Papá me pide que vaya a la Santería. Él viajaba. Me solidarizo. Quiso saber algo sobre asuntos personalísimos y lo atiborré con comida para confundirlo. Entendió el mensaje. Es tan hábil para captar lo que no tengo ganas de decir.

Si seguían inflándose la lógica aplicada a los hechos, traspapelándose todo lo que estaba pensando al respecto, se me iba a rajar la piel. Grand Declaration Of War a sus ilusiones de ver algo creciendo en mi útero.

Me besa, se abriga y se va.

Sobremesa, con la bata puesta. Todos los archivos tirados por el piso de mi consciencia. Fechas y fotos. Polillas. Me declaro en duelo mental y voy al negocio. Mejor, a lustrar santos y vender velas.

Salgo a la calle, llego al local.

Colgantes chinos con sus campanitas doradas, los ojos carmesí de San La Muerte, la Virgen Desata Nudos y sus lazos mal pintados, sahumerios hexagonales importados, rosarios plásticos de colores. Las mismas caras de yeso misericordiosas beatificadas, las mismas caras de loca prepotencia de imágenes umbandas de todos los días. En el medio, yo. Papá dice que está incorporando “artículos hindúes” para cambiar el “tipo de clientela”. Quiere dejar de darle de comer a los chanchos. Es difícil cuando el chiquero es adicto a la carne y verduras mústias.

Pasan las horas. Mi hermana comparte la misma galeria de su lenceria con la santería, me ceba unos mates cuando está desocupada. Le gusta mi humor, y a mí, sus mates y reflexiones de “gente como uno” (¿?). Me da gracia, me retroalimento. Aparece su hija: uno de los mejores momentos del día. Tiene 3 años. Me roba velas, le dibujo un sol y un árbol. Se va. Después mi madre y hermano llegan. Cierro. Adiós familia: realmente me indigesto mucho cuando paso tiempo con ellos y ellos conmigo cuando de sincronizar realidades y quehaceres cotidianos se trata. Somos buenos cómicos entre nosotros. Eso es lo único que tenemos en común.

Preparo la cena, evitando escuchar demasiado la televisión y a mi familia. Lo importante viene cuando confirmo que por la madrugada voy a verlo. Hablando con el menor de mis amigos y el más espontáneo, llegué a la conclusión de que tenía que decirle que lo amaba. Podríamos morir en cualquier momento y no lo diría. No lo sabría. Me decidí y dejé en espera el asunto A. Me acuesto. Pongo el reloj. Me levanto, y voy a verlo. Pasan dos horas, siempre bastan y sobran en mi planeta. Teníamos el tiempo contado. Yo cursaba y él, él. Todo muy rápido. Me despido. Ya en mi casa, tenía que sacar de remojo el gastado asunto A. Le escribí. Peso menos sin esto.










Esto no tiene nada que ver, aparentemente pero sí. Cuando un grupo de gente canta junta...





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