martes, 27 de abril de 2010

De tal palo, estaquitas enanas ó De tal árbol, estacas tamaño bolsillo


El modo diario íntimo virtual no tiene sentido para mí. Dejaría de ser íntimo para pasar a una sórdida, tajante e innecesaria exposición personal. Ningún escritor que se precie libraría a cualquiera la receta de sus secretos lingüísticos. Lógica pura y de la mejor.

Salvo que se quiera llamar la atención por placer, por caldearse en el reconocimiento de las masas. Es muy sencillo orquestar textos plagados de paisajes léxicos y culturosos sin decir absolutamente nada en concreto. De suma importancia si hablamos del ejercicio diplomático; de poco precio, remitiéndonos a la realidad común, corriente y simple.

¿Ven? Acabo de escribir una idea, un punto de vista personal concreto y legible a la primera en dos oraciones. Una pegada a la otra. El resto, palabrería que distrae y rellena. Motivos, hipótesis y excusas que, anidadas, forjan la filosofía de vida de una persona para mantenerle en pie.

Hace varios meses estoy escribiendo rústico, vulgar, á secas, á lo informe forense y no me gusta nada. La urgencia por expresar la cantidad y calidad de pensamientos me obligó, extrañamente, a usar ciertos modismos. Me deja extrañada: siempre postule los mensajes sin tener que usar lunfardo. ¿Será la falta de educación académica adecuada? ¿La incesante falta de disección que tengo de la información que capto? Lamentablemente, sigo sin respuestas.

En el pasado, mis textos eran aclamados por mi peor crítica: yo misma. Si no presentaba historias, novelas, monólogos y aforismos ante mi propia guillotina estética, ese filtro que sabe cómo expresar lo escrito de manera simétrica, pomposa, picaresca y analítica, no tenía valor. Ni siquiera el de ser leído, vocalizado o mirado. Si no es mullido a una lectura a primera vista, no sirve. Si la tragedia no es acorralada por la comedia o viceversa, no sirve. Si los adjetivos no se oyen al pronunciarlos en proporción a la oración entera de principio a fin, no sirve. Los estándares de la editorial siempre fueron estrictos: producción idónea o rueda cabeza.

En un intento por recuperar las viejas glorias de mi editorial, inauguro la temporada barroca-romántica: respiración acotada por corsettes, colores y sus tonos engamádos graciosamente y reflexiones de tardes, noches y amaneceres de burguesa improductividad.

Quisiera poder enorgullecerme de esta época en la que puedo darme el lujo de escribir por interminables horas. Algún día voy a ver lo que escribo hoy, a los veintitrés años y un dejo de nostalgia y ternura se podrá apoderar de la vida de ese entonces. O una mujer excelsa me leería, riéndose de cómo me disculpaba por no seguir cultivando lo que hago mejor que nadie y abraza a letrados y ensoñados amantes desencantados.


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