lunes, 5 de julio de 2010

El Pez


Había una vez un Pez, un Alquimista y una Tejedora.
El Pez, amante de las profundidades, se encuentra con una jovial Tejedor: parlanchina y precisa. Dos cualidades necesarias para conseguir buenas y extensas colchas sin ser presa del aburrimiento. El inocente Pez, pasa horas contemplando a la Tejedora. Intentando conseguir comprender su arte, sin notar que ella tejía una gran red de pesca. Para peces y humanos por igual. Con lanas sueltas. Necesarias para colgar de los extremos algunos gusanos. El pez, intrigado por lo que habia visto y oído, empieza a macerar sus pensamientos.
Tenía que visitar a su amigo Alquimista. El indicado para diluir y fragmentar versos y materia.
Una noche, sediento de transcendencia y magia, el Pez visita al parsimónico Alquimista. Le relata el cuiroso encuentro con la Tejedora.

- No es mal intencionada. Es mala.

- No la conozco. Sólo ocupa un lugar.

... Días después, el curioso Pez, desconcertado, en busca de su verdad vuelve a la casa del tejido desoyendo los peligros consabidos...


La tejedora lo recibe. Su casa estaba llena de agua y gusanos. La tejedora ofrece al Pez un cómodo y suave almohadón donde posarse e ir por las agujas velozmente. El Pez descansa sus aletas. La tejedora, cómoda, frente a él, comienza a vomitar lana y algas, huesos, hilos y coágulos. La aberrante crema se desliza rápidamente entorno al Pez. Queda asida a él mediante una gran red negra. Con tupidos motivos y delicados arabezcos. Inmóvil, el Pez desespera. La Tejedora esboza una mueca y canta dulcemente, clamando la reunión de sus gusanos. Congregados delante de él, los toma con sus mano, abre la boca del Pez y empieza a llenarla con ellos.
Sus ojos y braquias hartos de movediza comida de peces.
Cantar y tejer. Metros y metros de puntillas. Miles de formas de teñido algodón y vómito. El Pez, en su último cenit de conciencia, recuerda al Alquimista. En ese instánte, comprende sus palabras: la Tejedora tenía algo que no tolera la alquimia: Mentiras.

El Pez muere. El Alquimista precibe su último estado. Llora de tristeza.
Había perdido su leiv motiv. La Alquimia no valdría sin el Pez. Sus tratados y alcoholes no servían. No podría transmutarlo. Transmutar la extensión de su alma. Una mujer curiosa y acuática.

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