jueves, 7 de abril de 2011

Eugenesia #2

Desde el momento en que lo conocí, el correr del tiempo empezó a ser un gran cadáver, donde episodios superpuestos vomitaban sus colores en mi fino calzado y zapatillas de cuero.

Merodeé por madrugadas donde un travesti en reposera me saludaba desde su pórtico rosa, abanicándose los grasientos pelos que su femeneidad aún no podía arrancar.

Mi cabeza se llenaba de ojeras azules y frases pegoteadas, rellenas de yerba mate mes tras mes, mientras los perros imaginarios me acechaban uno a uno, cerca de tu cuartel. Las piñatas con palas mecánicas e índios de cotillón tailandés me brindaban la compañía que fuiste incapaz de ofrecer. Una petaca plástica con cinta adhesiva bloqueaba la luz a unas semillas fotosensibles que flotaban en vodka frutado una noche de junio. Hubiese sido bueno que estuvieses viendo las olas tonos pastel flotar por las chapas de las casas conmigo y el líquido frutal.

Cuando el enfermo me mostró su humanidad: fue cómico de alguna manera…

Los chinos en ese supermercado cerrado a las 2 de la mañana, en cuero, al fragor de una mesa de poker o truco.

Deseé por un momento que aparecieras cuando tuve que besar a ese hombre desagradable y liliputiense para sostener su soledad, luego de lo cual, invitarlo a emprender la retirada en la esquina de mi casa.

Siempre fui una la mujer adecuada: toda la ciudad lo sabe y, si no tenías conocimiento, la necedad es más cómoda.

Hubiese estado regurgitándo comida en hilos de baba y mijo a unos pollitos si era necesario hacerlo.

Quizas detectaste ese don de matrona rusa.

Tuve que digerir las flores violetas que terminaron tapizándome la carcaza por dentro. El amor fraterno que hace ir saltando del brazo a las colegialas de medias tres cuartos blancas.

Es probable que no hayas visto bajo los metros de piel de indeciso matiz la persona con trenzas y lápices que existe y duerme en posición fetal a diario.

Abusaste, sé que te abusaste de la Especialidad de la Casa: Las arterias deberían tapársete por glotonería. Los médicos diagnosticarían muerte por nódulos de lápiz labial rojo.

En tanto, en la Campiña de la Carne y Psicodelia Ordenada se reorganizaron los calendarios para retornar al minuto donde la tensión y la materialización se emborrachen y olvidasen situarnos en el mismo aire.

Escuchaba alguna porquería que motiva el despertarme y estudiar, comer, oír conversaciones estériles.

El Bosco, la purulenta vulnerabilidad que tanto me atrae cotidianamente. Sé que un día, bailando en espiral en torno a mi cuello, vas a invadirme para apoderarte de mi vida anestesiada, aumentando la dosis con tus aromas y dotándome de restringida violencia. La misma que evita la maestría de evaporarte cuando te pienso muerto o amándome.



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